lunes, 19 de julio de 2010

La lluvia te trajo y la lluvia te llevó




Anoche murió mi perro Yoda


Yoda vivió con nosotros durante siete meses. Llegó un día de lluvia torrencial en diciembre de 2009. Mi hermano Tomás lo encontró deshidratado en una esquina de Lanús. Pensando que era un cachorro abandonado me llamó y me dijo que venía a casa con el. Muy a mi pesar (ya teníamos un perro al que mucho nos costaba atender, Martín, el tuerto) acepté que lo trajera. La condición fue que tan pronto como se recuperara le encontraríamos una casa. Cuando Tomás llegó me dí cuenta de que no era un cachorro sino un viejo pekinés –raza que jamás me gusto-. El hecho de que fuera un perro viejo no me alentaba en absoluto, era mucho más difícil de ubicarlo con una familia que a uno recién nacido.


La recuperación tardó unos días. Estaba seriamente deshidratado y tenía hipotermia. El veterinario nos indicó darle unas sales rehidratantes y una dieta a base de pollo hervido. Cuidarlo se transformó en un tema de familia entera y hasta mis compañeros de banda se ocuparon. Entre todos lo recuperamos. Ya encariñados y habituados al can decidimos bautizarlo Yoda, como el personaje de La Guerra de las Galaxias porque era bastante parecido de cara. Le costaba mucho caminar derecho, perdía el equilibrio fácilmente. Durante el verano sufrió el calor y durante el invierno el frío; un frío cruel que sumado a una lluvia torrencial terminó por empaparlo, enfriarlo y enfermarlo de manera tal que en 24 horas se murió –se nos fue-.


Paradójicamente, extraño más retarlo que acariciarlo. Nunca fue mi mascota preferida y por los escasos siete meses que convivimos no generé un lazo muy estrecho con el. Pero hoy sabiéndolo muerto siento un pequeño vacío en mi vida. Proporcional al que el ocupaba en mi casa tal vez.


Querido Yoda: yo y los pibes te vamos a recordar. A pesar de que jamás nos moviste la cola y te la pasabas durmiendo te ganaste nuestra simpatía y respeto.


Adiós perro viejo. Nos vemos en otra vida.


viernes, 21 de mayo de 2010

El mundial: invasión de ofertas


Hoy entendí que en este país, para algunos, el mundial es una oportunidad de negocio inmejorable


Un día desperté y me di cuenta de que hay algo curioso alrededor del mundial de futbol. Se siente cierto aire del estilo navidad, año nuevo, o algo así. Entonces me decidí a indagar y pensar un poco al respecto.

Agudicé la mirada y pude ver que la copa del mundo está en todos lados. En la televisión, en la radio, en los diarios y revistas, trenes, subtes, kioscos, estaciones de servicio -hasta en la farmacia lo veo a Verón- en los bancos, bebidas, desodorantes, afeitadoras, ropas deportivas, servicios de internet, celulares, golosinas y varias cosas más. Ahí lo entendí: se están aprovechando de lo idiota que nos pone el mundial para que consumamos más.

Lo primero que pensé fue: con los resultados obtenidos en los últimos mundiales ¿Nos siguen queriendo vender que “esta vez vamos a salir campeones”? Cada cuatro años lo mismo y ya van 24 desde la última vez, ya no es creíble, pero volvemos a caer. Esta vez nos quieren vender que con Diego Maradona al mando y alguno que otro de los campeones del 86’ hay más posibilidades, son cábalas, como si por la simple presencia de ellos u otras similitudes con la campaña de México la victoria es un hecho. La semana pasada un amigo chileno, que venía de allá, estuvo parando en casa y quedó sorprendido con toda la publicidad mundialista que tenemos. Nosotros, tal vez ya acostumbrados, no nos damos cuenta y lo pasamos por alto. El, que es futbolero, lo vivió como algo fantástico, dice que en su país no es así, que “Argentina es como un Disney World de la copa del mundo”.

Parece tonto que cada vez volvamos a comer del mismo queso, pero lo hacemos.

Un caso muy claro, y el que más me irrita, es el de las incansables ofertas de televisores, ya desquiciadas; Frávega, Garbarino, Musimundo y un par más, compiten ferozmente en todo espacio publicitario existente. Todos los días a la mañana, cuando abro la puerta de mi casa para ir a trabajar, se me traba de la abundante cantidad de folletos y volantes que me dejan. Te dan “hasta 50 cuotas sin interés” para comprar un LCD de 42 pulgadas. Son unos gurúes de la comercialización, saben exactamente que en cuatro años – cuando sea el próximo mundial y termine de pagar el televisor- me voy a ir a comprar otro. Parece fríamente calculado, es creer o reventar. En mi lugar de trabajador esto me genera un poco de simpatía, solo si pienso que los vendedores seguramente van a poder ganar buenas comisiones. De todas maneras, no deja de parecerme obsceno y reiterativo.

Me pregunto: ¿qué sucederá si el torneo se nos acaba rápido, si para nosotros el mundial dura una semana, o dos, y nos volvemos a casa -de la que nunca hemos salido en realidad- con las manos vacías otra vez? Los Brasileros nos van a tener de payasos por un buen tiempo; seguramente los ingleses también, un poco menos -tienen un cuarto de la población de Brasil-. Para la próxima copa ¿intentaran vendernos televisores de última tecnología para renovar nuestros ya viejos LCD del mundial pasado? ¿Caeremos nuevamente en la trampa? ¿El mundo se terminará en el 2012 y nunca existirá otro mundial?

Por el momento, ya que me parece bastante estresante analizar lo que realmente sucede, voy a pensar menos y dejarme llevar por esta excitante corriente mundialista. Y si puedo, voy a tratar de no endeudarme. Y si eso sucede, espero que por lo menos salgamos campeones.


lunes, 26 de abril de 2010

“Cada acto de creación es ante todo un acto de destrucción” (Pablo Picasso)

Hoy leí este texto y me puse a reflexionar sobre los modelos. Esos ideales de la perfección que nos condicionan a la hora de hacer o crear, y la importancia que tiene poder prescindir de ellos para darle lugar a las nuevas ideas y propiciar la innovación.

La memoria/2

“A orillas de otro mar, otro alfarero se retira en sus años tardíos.
Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan, ha llegado la hora del adiós.
Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación:
el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor.
Así manda la tradición, entre los indios del noroeste de América:
el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia.
Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta
para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo,
la rompe en mil pedacitos, recoge los pedacitos
y los incorpora a su arcilla.”

(Eduardo Galeano, Las palabras ardientes, Buenos Aires, catálogos, 1993.)

Concluyo entonces, en que es necesario romper el esquema, eliminar nuestro modelo de la perfección, para poder crear con libertad. Romper en pedazos la obra del maestro para disolverla y darle vida a la propia, sin ataduras, propiciando la creación de algo inédito, diferente, desestructurado.

Y recuerdo con alegría y nostalgia a esos que me enseñaron a mi con la grandeza y la humildad de los -valga la redundancia- grandes, capaces de darle a uno su mayor obra para que la destruya y se vuelva parte de la propia.

El único enemigo es el miedo, la inseguridad.

(A Ray y Claudio, mis maestros).